miércoles, 28 de noviembre de 2012

Sobre lo que quiero...

"He vivido muchas cosas, y creo que ahora se lo que se necesita para ser feliz. Una vida tranquila y alejada en el campo, con la posibilidad de ser útil para otras personas con las que resulta fácil hacer el bien y que no están acostumbradas a que las ayuden. Quizás un trabajo que tenga algún provecho, y luego descansar, la naturaleza, libros, música, el amor al prójimo... Esa es mi idea de felicidad. Y para culminar todo lo anterior, que usted fuera mía y que tuviéramos hijos tal vez. ¿Qué mas puede desear el corazón de un hombre?"

Leon Tolstoi

viernes, 23 de noviembre de 2012

Sobre lo que puedo hacer(te)


Es absurda la manera en la que pienso de ti. Y lo es porque pareciera que las verdades sobre eso son realmente ciertas. Por mucho que haya dicho que nada era verdad ahora me sucede lo inesperado y me veo a mi mismo como un homúnculo donde la cabeza es diminuta y pecho enorme. Es en realidad gracioso. Ridículo y absurdo.

¿Pero que puedo pedir más que tu presencia? Quizá que tu mirada caiga sobre mi. Que tus palabras las lleve el viento desde tus tersos labios hasta mis impíos oídos. Eso ya ha pasado. No es algo nuevo.

¿Entonces que debo pedir que no haya sucedido? Debo ser creativo. Pero debo ser cortes. Debo ser atrevido y sensible. ¿O acaso debo solo ser directo? ¿Entonces es el embotamiento que me provocas la razón de esta estupidez mental que no me deja ser atrevido? Tan hondamente me golpea tu belleza que no puedo alabarte, llamar tu atención y finalmente…

¿Finalmente que? Ese es el punto. Que no me dejas pensar que quiero hacer. O quizá me da miedo pensar en todo lo que quiero hacer yo. Quiero hacer contigo. Y Quiero hacerte. Y no es que sugiera algo raro. O tal vez mi subconsiente hace que quiera sugerir todo eso que la iglesia prohibe.

¿Ves cuantos dilemas tengo? Al final, que puedo hacer(te).

lunes, 12 de noviembre de 2012

Sobre dos sombras y una vela.


Nota: Se recomienda la lectura previa de esta entrada: Alucinaciones de un viejo muerto.




La bicicleta era vieja y tenia el asiento realmente duro, pero quitando eso era buena. La había encontrado el gran jardín junto a la puerta de la casa del viejo. Después del gran espectáculo que había visto y que aun no sabia si creer o no, el viejo había muerto.

El espectáculo no había sido algo como lo de las películas. El cuerpo y la sangre del viejo no se habían evaporado o convertido en polvo cósmico y regresado al universo. Eso hubiera sido muy conveniente y por eso solo pasa en las películas. No, el viejo había muerto y su sangre regada por el piso y el sillón desprendían un particularmente desagradable olor a metal. Y por eso había tomado la bici y había partido en busca de alguien que conociera al viejo.

Iba en la bici a una gran velocidad cruzando callejuelas y siguiendo el camino de la vías y al momento en que se cruzó con el perro en la esquina fue cuando se pregunto la razón de su aventura hacia ese lugar lejano y recóndito.

La nota que estaba en la mesa tenia la dirección y el nombre de una mujer. El problema es que era de noche, que no había una brillante luna colgando en el firmamento y que se encontraba inmerso en las callejuelas de la Ahuizotla. Pero el mayor problema que tenia era el perro que le miraba con curiosidad asesina mientras se acercaba rápidamente a él.

El miedo le contraía las piernas y estas con gran fuerza impulsaban la bici a una velocidad cada vez mayor. El perro seguía en el camino, debajo de una farola, impasible a las sombras de la noche. Indiferente al joven que se acercaba en una bici. Era imposible que se fuera acercando cada vez mas y que el perro siguiese parado exactamente frente a su camino. El miedo no le dejaba pensar del todo bien y no había cambiado la dirección de la bici por lo que su destino parecía ser chocar con el perro a menos que éste se moviera. Al final todo sucedió en un segundo. Tuvo que virar con fuerza y de repente para esquivar el animal. Sintió un gran vértigo subir desde su estomago y casi podía ver el miedo quedarse bajo la luz del faro, junto con el perro.

Tomo una gran bocanada de aire y sus pulmones se llenaron del frescor de la noche, de la calma de la soledad, pues el perro se había quedado muy atrás. Casi había llegado. El numero 40 se dejaba entre ver como una borrosa capa pintura, casi despegada de la barda. No había zaguán, en su lugar la gran entrada asemejaba una gran boca que daba paso a un jardín. En el interior no se podía ver bien el camino, pero él siguió derecho. Al final se veían unos cuartos y dentro había una tímida luz.

Sus manos comenzaron a hormiguear mientras caminaba dentro del jardín que hacia las veces de tiradero de basura. Intentaba dilucidar las figuras que se formaban en la oscuridad, figuras que eran sombras y asemejaban tinieblas que parecían siluetas humanas. O animales. O de algo más.

Su respiración se hizo más lenta. Podía oler podredumbre. Podía escuchar los bichos debajo de sus pies, debajo de la basura que pisaba. Estaba seguro de que podía oír aun más los cuchicheos de las ratas que vivían entre los matorrales de sombras que el latido de su propio corazón. Tontamente se imagino su nariz creciendo descomunalmente y absorbiendo cada olor e identificandolo: latas de atún del 94, sobres de chocotorros con un logotipo que no reconocía, latas de coca con imágenes navideñas que no había visto nunca, papel estraza para las tortillas, aluminio viejo que había envuelto unos tacos. Su inmensa nariz podía olerlo todo. Se rió entre dientes de su absurda imaginación. Podía oler todo, pero su nariz seguía del mismo tamaño, por fortuna.

Al terminar el recorrido por el jardín de basura toco la puesta de metal. No logro distinguir el color. Volteo a su izquierda y vio una vieja ventana con un trapo como cortina. No había luz en esa habitación, al contrario de su derecha, donde al voltear vio la luz moverse poco a poco hacia la puerta hasta que dejo de ver la luz y la puerta se abrió.

Apareció una vieja con una gran vela en la mano. La vela tenia una alta llama embravecida que dejaba escapar un largo hilo de humo negro. La vela era color marrón y su grosor era tal que bien podría haber pasado por un cirio.

La vieja volteo hacia arriba para ver a Alex. Se retiro un poco los cabellos grises, aguzo la vista, acerco la vela y dijo:

--¿Quien eres, hijo? ¿Y que quieres?

--Soy Alex.

Y no supo que más decir. No podía imaginarse contando la historia a alguien más. Las tinieblas de la noche hacían parecer creíble toda la historia, pero ahora, bajo el arco de una puerta iluminada por un gran cirio comenzaba a perder credibilidad.

--Soy amigo de Juan Carlos. ¿Le conoce? ¿O me equivoque? Me mando con un mensaje.

Alex no estaba del todo seguro, pero creyó distinguir un deje de sorpresa en el rostro de la vieja cuando esuchó el nombre del viejo.

--Ha. Ese viejo. ¿Y que quiere? Bueno, mejor pasar. Que mis huesos se resienten con el frío.

Acto seguido la vieja se dio la vuelta y comenzó a caminar con pasos lentos y cansados. El la siguió, el humo de la vela se desperdigaba por su rostro y le dejaba un olor acre, rancio, podrido. El interior de la casa era como el exterior. Abundaban los desperdicios y las sombras sin forma pero con una silueta. Había un camino entre los peluches viejos, los trapos que una vez fueron ropa, las envolturas de comida y los zapatos viejos. Siguió a la vieja por ese camino y llego a la habitación donde había estado originalmente la anciana.

--Así que Juan Carlos te envió. Eso explica tus ojos. ¿Pero que cree él que puedas hacer tu? Ja. Se esta haciendo viejo.--Dijo con una voz alta y rasposa, como gastada por los gritos. La vieja dejo la vela en una mesa tan antigua como las arrugas de sus manos y volteo a ver al joven que acaba de entrar al  cuarto y se había detenido en el umbral.

Alex no podía seguir la cantaleta. Entendía la mitad de lo que la vieja decía. Y esa cantaleta sin sentido lo ponía nervioso. Era como si la vieja supiera mas que él sobre él mismo, sobre el viejo al que había ayudado. Era como si el fuera un gusano más en su habitación que no mereciese atención.

--Pero pasa, siéntate.-- Y Alex se sentó.--¿Donde están mis modales?--Dijo la vieja riendo. Se dirigió a un ropero de madera. A diferencia de todo lo demás éste parecía ordenado y limpio, excepto por el montón de ropa que vivía encima, al parecer por ya mucho tiempo. Lo abrió con destreza y saco de su interior un morral que había dado lo mejor de si hacia muchos años.

Alex no se movía. Era como si su voluntad se hubiera quedado olvidada fuera de la casa. El olor de la vela era mucho mas intenso. No podía identificar exactamente ese olor. Sabia que lo recordaba de algún lugar, pero no daba con la fuente.

Mientras la vieja no perdía el tiempo. Había vaciado el morral en la, del lado contrario a donde estaba la silla que albergaba a Alejandro. De ella vio salir huesos, piedras conchas y un gran bulto, como un bote que al caer no reboto. Parecía pesado y tenia un olote como tapón. Era algo que Alex había visto antes esa misma noche, algo que tenia el viejo en su casa y a lo que no le había puesto la menor atención. Al fin y al cabo, el viejo estaba muerto y una muerte puede más que cualquier cosa rara en una casa. O casi cualquiera.

La vieja tomo primero los huesos y los lanzo hacia los pies de Alex. Luego tomo el guaje y lo destapó. Alex se levanto cuando cayeron los huesos a sus pies y volteo a ver a la vieja que ya sacaba un puñado de arena del guaje. La arena comenzó a moverse en su mano y a levantarse formando un pequeño remolino. Los pequeños granos se agruparon en formas y estas en imágenes.

--Recuerdo haberte visto algo sobre ti. Recuerdo que el viejo alguna vez menciono tu inminente llegada, tan inminente como las noches interminables del fin del mundo. Debe estar por aquí, en alguna parte--decia con inesperada clama la vieja--tu nombre debe aparecer en algún lado aquí, yo lo recuerdo muy bien muchacho.

Alex intento dar un paso y se dio cuenta que dos sombras tomaban sus pies desde debajo de la silla. Su pulso se acelero en demasía y la desesperación se agolpo como la sangre en sus oídos. Podía sentir el enloquecedor palpitar de su corazón. Y finalmente la adrenalina hizo que se percatara de todo lo que había dejado pasar.

Se dio cuenta que el olor nauseabundo de la vela era muy similar al de la piel de la gallina quemada. Y recordó donde había visto otros guajes como el de la vieja. También cayo en la cuenta del porque el Viejo no había dicho nada sobre el papel en la mesa en su ultimo soliloquio y porque había sido un error entrar ahí.

Despego la vista de las sombras que parecían tener forma y sin duda poseían silueta y vio a la vieja rodeada por la arena. No parecía interesado en él, al menos no de momento, estaba enfrascada e las imágenes que formaban los granos de arena y que se movían alrededor de ella como un pequeño tornado. El no pudo distinguir gran cosa, más bien no quiso distinguir nada. Entonces volvió a ver hacia el piso, hacia sus pies, y vio los huesos. La desesperación lo obligaba a forcejear. Y a pesar del miedo bajo su mano para tocar la sombra, pero solo toco su pie con sus dedos que ahora estaban inmersos en las tinieblas de las sombras con forma y silueta. Retiro la mano de inmediato y entonces vio que las sombras no estaba sujetando su pie, sino la sombra que proyectaba desde el otro lado de la habitación la vela que tenia detrás la vieja. Se quito su chamarra y la aventó hacia la vela.

El golpe hizo caer la vela y apagarse con el propio movimiento. Entonces la se hizo. Sus ojos aun no se acostumbraban pero debía salir de ahí. Corrió hacia donde estaba la vieja y la empujo con fuerza. Entonces salió del cuarto y fue hacia la habitación que tenia la puerta que dejaba salir de ese horrible lugar de sombras. En el camino tropezó más de una vez. Parecía como si las sombras alargasen el lugar. Sus pasos no lo hacían avanzar. Y sus manos tiraban multitud de cosas que caían y producían un ruido sordo, seco, carente de expresión. Entonces una luz enfermiza comenzó a iluminar el lugar. Era la vela que había sido prendida de nuevo, la vela que tenia ahora la vieja en la mano. Y traía una más en la otra que comenzaba a prender. Esta era nueva y larga.

La luz que inundo la habitación provoco a las sombras que parecían molestas por tener que arrinconarse entre los escombros. La vieja avanzo dos pasos.

--Entonces eres el heredero del viejo. Veo poder en ti muchacho.-- Dijo mientras daba el tercer paso y quitaba de su camino una mano con su pie.

--No se de que habla. Solo lo conocí una vez.--El miedo casi hacia que su vejiga se relajara por completo. Otra vez tenia que pelear contra esa falta de motivación para siquiera mover un dedo. Pero ahora era mas fácil. Podía distinguir entre todos los olores del cuartucho la sangre, la grasa, la muerte. Ahora entendía lo de la vela. Ahora entendía los cuerpos que se apretujaban entre la ropa y la basura alrededor del cuarto. Unos cuerpos sin grasa, solo carne y huesos.

--No gane nada de la muerte del viejo. Y tampoco ganaría nada de la tuya, pero algo como lo que tu eres, no es como para dejarlo ir.-- La vieja tenia los ojos inyectados en sangre. Y su rostro formaba una mueca de desprecio. Siguió avanzando, otro paso esta vez. Ya solo los separaban una delgada pierna y una cabeza ya sin ojos.

Alex logro moverse un poco. Logro recomponerse a base de fuerza. De desesperación. Podía mover con libertad sus brazos, pero la sombra de su cuello la estaban sujetando las sombras con forma y silueta. Sus pies eran como rocas asidas al piso. Y la vieja ya había retirado la cabeza del piso.

Alex no podía soportar los olores. La podredumbre. La sangre. La muerte. La sangre. La sangre. Recordó una vieja historia. Donde un tipo dejaba caer su sangre para dar vida a los hombres. Recordó la muerte del viejo.

Era la raíz de todos los miedos y por ende la raíz de toda la fe lo que movió su mano hacia su boca para morderse y así dejar salir el elemento más preciado por cualquier ser vivo. Dejo salir el rojo elixir. El liquido que alguna vez Quetzalcoatl dejo fluir en los huesos robados a Mictlantecutli para dar vida a los hombres. Y entonces con esa liquida piedra filosofal unto la oscuridad que lo subyugaba. Las sombras y las tinieblas renacían con su sangre como los huesos una vez dieron vida a los hombres. Y como sus hijas ahora seguían su voluntad, ahora le obedecían. Le liberaban.

Alex salió corriendo. Dejando a la vieja en su casa casi derrumbada. La dejo ahí con un montón de cuerpos. Quizá regresaría. Pero no dentro de poco. Corrió hacia la bici y de ahí pedaleo a las callejuelas de Azcapotzalco. Dejo que las sombras de las calles se lo tragaran y lo depositaran a donde pertenecía. A la casa del viejo. A ese gran jardín flanqueado por dos grandes jacarandas. Esa casa ordenada donde todo tenia un sentido. Donde había visto un sótano lleno de viejos guajes tapados con olotes.

Si hubiera puesto atención a las sombras de los árboles que iba dejando rápidamente atrás o de los muros de las viejas casa, podría haber visto dos sombras moverse entre las tinieblas, dos sombras con silueta, dos sombras que le seguían de cerca.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Sobre los muertos

¿Es acaso que se remonta a siglos, quizá milenios atrás? Realmente no lo sé, pero el día de muertos es mi celebración/ceremonia favorita. Llena de colorido, es para mi, la mejor representación de la alegría del mexicano. Pues el mexicano es un ser alegre por naturaleza, en la misma medida que es melancólico. ¿Por qué? Creo que se debe al traumatismo social fruto de las pasadas guerras, de las constantes disputas entre nosotros y el resto del mundo. Y no, no es exageración, pues tenemos muestras en el territorio de las pasadas invasiones y de las guerras/disputas internas.

Es entonces una alegría con matices melancólicos. Es la forma del mexicano de ver las cosas, incluso de vivir. El mexicano se queja de todo, y al final de la semana, del año, de alguna u otra manera, hay fiesta. Es una visceralidad constante, es una dualidad, quizá reminiscencia de aquella batalla entre aquellos viejos dioses en busca de un nuevo mundo.

Al final del día, no puedo dejar de escuchar mi canción favorita para estos días, y pensar en un incierto futuro que tal vez nunca llegue a ser.



Escribo esto rodeado de mis muertos. Escribo estas lineas pensado en que pueden escucharlas aun sin ser pronunciadas.