domingo, 9 de octubre de 2011

Alucinaciones...de un viejo muerto...

Era tarde y el viento soplaba con fuerza moviendo árboles y basura por igual. La avenida amplia y sin camellón se extendía por delante con dos aceras. Alex caminaba sobre una de ellas, con un muro a su derecha. Su paso acelerado delataba su nerviosismo por tener que caminar por un lugar lóbrego y solo a tan altas horas.

Caminó varios metros más y comenzó a ver a su izquierda el edificio de la Secretaria para la Defensa del Trabajador, las bodegas abandonadas un poco más allá y más adelante un puente peatonal que cruzaba la avenida, bien iluminado en el pasillo pero demasiado oscuro en las escaleras. Continuo su andar con pasos cautelosos, girando de vez en vez su cabeza.

Bajo la oscuridad emitida por la lampara rota que se erguía sobre las escaleras del puente comenzó a divisar una forma, una figura. Dio tres pasos más y ahora era un bulto del tamaño de un hombre. Sus siguientes dos pasos se hicieron más lentos, mas cautelosos. Y efectivamente, un hombre estaba sentado en las escaleras del puente, recargado en el pasamanos cual si estuviese durmiendo.

Su mente se había apagado y el miedo comenzaba a tomar el control de sus extremidades, poco a poco, a cada paso que daba hasta que por un instante no movió un solo músculo. El aire frío volvió a aullar, los arboles se cimbraron y la basura se elevo varios centímetros y viajo algunos metros a lo largo de la banqueta. Parpadeo y sacudió su cabeza. El temor se alejo rápido y su corazón dejo de correr incontrolablemente. Reanudo la marcha con pasos tranquilos pero veloces. Seguía siendo tarde.

Al cabo de algunos pasos su cercanía con el viejo vagabundo lo ponía cada vez mas tranquilo, no estaba moviéndose por lo que parecía inofensivo. Repentinamente un carraspeo resonó a través del aire, sonoro y seco como el de un enfermo. Su piel reacciono con el miedo y su corazón comenzó la rápida carrera nuevamente. Movió ligera y lentamente la cabeza hacia el vagabundo y lo que vio a los escasos dos metros de distancia a los que estaba le perturbo más que cualquier cosa que se hubiera imaginado.

El viejo debía haberse orinado encima, eso debía ser. El charco que se formaba debajo no podía ser otra cosa. Un nuevo sonido, un quejido esta vez. No parecía amenazador, sino lastimero. Como un perro herido. Pero no podía ser. Debía haberse meado encima. Y fuese lo que fuese no esperaría para saber que es lo que había pasado. Comenzó su huida y cuando llevaba dos pasos, los dos malditos pasos que nunca debía haber dejado que fueran solamente dos, escucho unas palabras que provenían de una voz gastada por los años:

-Ayúdame, por favor…

Sabia que no debía detenerse, sin embargo lo hizo. Sabia que no podía arriesgarse, que podría ser una trampa pero su conciencia no estaría tranquila, y aunque llegase sano y salvo a casa no podría dormir esa noche, ni la siguiente. Fue así que se dio la vuelta, se acerco al viejo y le ayudó.


El viejo era bajo, pequeño, y muy pesado. Su voz tenia un tono tranquilo cuando le daba las indicaciones, era un anciano afable de no ser por la sangre que le cubría la mitad del cuerpo.

Lo guió por la calle principal y una cuadra más adelante dieron vuelta internandose en la Santa Catarina, una antigua colonia con pequeñas callejuelas y callejones sin salida, una colonia mas bien pobre donde no abundaban las construcciones completas y el panorama era de un gris ladrillo que no alcanzaba a verse a esas horas de la noche. Alex no solía entrar en esa colonia de día, y de noche el corazón se le encogía solo de pensar en pasar por los alrededores.

Y ahora estaba ahí, con un viejo sangrando que se rehusó por completo a que llamara a una ambulancia. Pero no importaba, porque lo dejaría en su casa y si quería morirse en su casa ya no era su responsabilidad. No podía cuidarlo por siempre, y además, era libre de dejarse morir si así lo quería, eso era lo correcto.

La pareja se detuvo frente a una puerta blanca, con manchas negras de suciedad y flanqueada por un alto muro de ladrillos grises, el lugar parecía abandonado y antiguo. Los muros resguardaban unos pequeños cuartos al fondo del terreno. El resto había sido dejado crecer con total libertad y los árboles, pasto y plantas crecían por doquier.

Pero eran dos jacarandas las que dominaban, al frente de los cuartos y que resguardaban el camino una a cada lado. Altas y hermosas hacían lucir la vegetación del lugar de una manera extraordinaria. Como si su presencia diera orden al enredado caos de plantas que se postraban a sus raíces, su circunferencia era respetada y solo las pequeñas flores violetas ya caídas habitaban su sombra.

Caminaron el sendero de piedra que, como casi todo, había sido invadido por el pasto. La puerta de los cuartos estaba abierta por lo que pudieron entrar sin problemas.

El cuarto estaba decorado de una manera muy peculiar. El papel tapiz parecía tener 50 años en las paredes, los muebles eran de diversos tamaños y estilos. Y los colores, extrañamente todos de tono claro que resaltaba con las oscuras paredes y formaban un ambiente ambivalente entre sentimientos de paz y oscuridad.

El viejo se dejo caer en un sofá que estaba al lado de una pequeña mesa del lado izquierdo de la habitación. Por su parte Alex sin pensarlo fue a sentarse en un diván al otro lado del lugar viendo como el viejo en completo silencio sacaba una caja de un cajón de la pequeña mesa. De la caja salieron trozos de lo que parecían piedras pequeñas. Con manos diestras las coloco en un recipiente circular y les prendió fuego. Era incienso.

La respiración de Alex se fue calmando poco a poco, el esfuerzo de la caminata lo había dejado exhausto. Ya con aire en sus pulmones se atrevió a preguntar al viejo sobre su condición, sobre lo que le había sucedido.

--Una pequeña herida solamente, como te había dicho antes…pero soy viejo y me es más difícil reponerme y curarme. Los siglos no pasan en vano, solo las montañas son indiferentes al tiempo, y aun con su indiferencia, el tiempo las cambia poco a poco.

La voz del viejo era fluida, correcta. Si no lo estuviese viendo pensaría que la voz era de un hombre mucho menor. Alex no se dio cuenta, pero su respiración se había calmado por completo, y se sentía cómodo en el diván.

--¿Cuál es tu nombre chico?

--Alejandro, ¿y el suyo?

--Así que te llaman Alejandro, Alex ¿no? A mi me llaman Juan Carlos…mi verdadero nombre, aquel con el que me bautizó la naturaleza lo he olvidado…ha pasado mucho desde que…Pero dame tu mano hijo, que no podré saber tu nombre así.

Si Alex hubiera escuchado esto en otro lado, en otras circunstancias y si, quizá, el viejo no tuviese esa fluidez y constancia en la voz, esa cadencia entre palabras que no le dejaban pensar, hubiera salido corriendo para dejar de escuchar la cantaleta del viejo. Pero no fue así, en cambio, estiro la mano mientras daba dos pasos al frente para que el viejo tuviera su mano al alcance.

--Ya veo…así que el destino tiene forma de chico serpiente. Quetzalcóatl tiene un perverso sentido del humor, como siempre. Bueno hijo, creo que hay cosas que debes saber…toma asiento otra vez.

Y las palabras del viejo, como ordenes de un comandante, fueron ejecutadas por el chico, que no entendía el monologo que escuchaba pero que no quería perderse ni un solo detalle.

Ya sentado esperando a que el viejo continuara con el monologo, pudo apreciar por un momento el orden de todo lo que le rodeaba. Los libros en los muebles estaban ordenados de siete en siete, separados por una piedra. Los asientos estaba uno frente al otro, como si el viejo soliese llevar gente y platicar tal como lo estaba haciendo en ese momento. Cada asiento tenia una pequeña mesa a la derecha, era como un espejo invertido, era como estar en un circulo de yin y yang.

El viejo respiro hondo y luego dijo con su cadenciosa voz el que seria su ultimo discurso, su ultimo monologo:

--Soy viejo, tan viejo como nuestro pueblo. Fui uno de lo primeros guardianes que tuvo el pueblo de Quetzalcóatl. Soy viejo y mi alma esta cansada…se ha ido difuminando con el pasar de los siglos. Ahora muy pocos recuerdan las viejas palabras, la vieja lengua.

>>Todos nacemos con apenas un poco de alma, es lo que los dioses nos regalan, lo que nuestra madre nos brinda. Es mentira que las personas se formen con el tiempo. Algo ya esta en nosotros, algo de nuestros padres, algo de nuestros dioses, al momento de nacer. Ese algo es apenas un mota de polvo en el universo, y no puede mas que mantener la vida.

>>Al crecer, amar, odiar, al vivir pues, nuestra alma crece y se transforma, cambia con nosotros en el sendero de la vida. El alma no es algo fijo, algo que esta ahí siempre y de la misma forma. Las emociones le afectan, la sabiduría la engrandece. Es por eso que las personas eran juzgadas por quienes fueron y por como murieron, pues en su ultimo sentimiento, y en el vivir de cada día estaba la respuesta a la expresión que tendría el alma de los difuntos y por tanto, el lugar de pertenencia en el Mictlan.

>>El hombre antiguo, aquel que vino de oriente y talló gigantescas figuras que aun hoy son causa de asombro traía consigo el conocimiento prohibido. El conocimiento que derrumbo la maravillosa ciudad que yace en el lecho marino, ahora ya sin nombre. El sabía la manera de transformar el alma, de manipularla. Si manipulas el alma, tendrás el control sobre la persona. Eso es lo que mi gente ha resguardado siempre. Es lo que ellos han querido siempre. Es lo que guardaras tu desde hoy.

>>No fue casualidad que me ayudaras, fuiste guiado por una fuerza superior. Llámale destino si te parece bien. Pero ayudarme no es lo que se recordara de esta noche. De esta noche solo recordaras la maldición que este viejo decrépito pondrá sobre tus hombros. Solo podrás pensar en el terror mortal del tiempo y llorar por el futuro inminente. Nada te salvara y ni la muerte te buscara.

Acto seguido, el viejo hombre cerro los ojos y comenzó a entonar una cantaleta en algún idioma desconocido. Sus manos se levantaron de su regazo y comenzaron a trazar figuras en el aire, en el humo del incienso. Las figuras que formaba movían los sutiles hilos de humo y éste permanecía inmóvil flotando en el aire sin difuminarse. Cada vez la figura crecía y se ensanchaba en sus formas y la cantaleta cada vez mas lenta poseía palabras mas largas.

Alex, fascinado con las imágenes que veía, asombrado con los palabras que escuchaba, se encontraba ensimismado, sin poder mover músculo alguno, sin reaccionar ante el momento inminente en que un viejo sacaba parte de su alma de su cuerpo y le daba forma con el humo de un incienso que había sido prendido durante miles de veces antes, cientos de años atrás.

El humo era ahora el glifo de un conejo, su imagen inmóvil en el volátil y cambiante aire de la habitación, comenzó a caminar alrededor del viejo, con pequeños y gráciles saltos. El viejo calló. Sus manos se detuvieron. Se le apreciaba cansado, agitado. Su piel estaba cenicienta. Por primera vez en toda la noche, el viejo se veía realmente como un viejo. Como alguien que ha caminado un largo sendero y pide un momento para descansar durante un pequeña eternidad.

Una palabra fue con la que termino su cantaleta, una palabra inteligible, una palabra pocas veces pronunciada en la tierra. Una palabra que solo podían pronunciar pocas personas en la tierra. Una palabra que carecía de significado, de origen y de destino pues era todas esas cosas al mismo tiempo. Era el significado y el origen y era el destino y el futuro. Era la palabra de la existencia. La palabra que tantos habían buscado antes, la palabra creadora, la palabra del rey chaman, del alquimista supremo. Una palabra que hizo salir en pequeñas gotas la sangre del viejo y unirse a su alma que saltaba en la habitación. Una palabra que hizo de su ultima voluntad una realidad.

Alex vio todo. Y no pudo moverse, como si férreos lazos le atasen. Tampoco pudo gritar cuando vio salir la sangre del cuerpo del viejo y esparcirse sobre el suelo y ver como la nube de humo saltaba, como jugando sobre la sangre, manchando sus pequeñas patas.

El conejo salto después al regazo de Alex, y vio como se dispersaba su forma, desapareciendo en el aire de su respiración al tiempo que sus pulmones se llenaban con el dulce humo del conejo.