lunes, 14 de mayo de 2012

Encuentro


Estaba terminando de limpiar la mesa y acomodar la tinta y pergamino en su lugar. La media noche reinaba desde hacia varios minutos. Se levanto de su viejo sofá y se dirigió a la habitación. Fue entonces que al verla tendida en la cama con la sabana enredada en su pierna, su rítmica respiración subiendo y bajando levemente su pecho y sus ojos cerrados mostrando la mayor inocencia no pudo mas que ir por una vela y colocarla en el buró. Su sonrisa y mirada picara anticipaban sus acciones.

Se recostó con cuidado de no despertarla. Bajo la sabana hasta poder ver su pecho desnudo que se irguió potente por culpa del frío. Su mano izquierda se poso en la pierna de ella y sus labios dejaron un rastro de saliva en el hombro en su paso impetuoso hacia el cuello. Marisol parecía no querer despertar, pronuncio con la garganta una leve queja. ¿O quizá era un pequeño gemido? Su mano izquierda paso de su pierna a la cadera y cintura. Su cuerpo tibio le resultaba tierno, etéreo. Sus labios seguían sembrando las semillas del deseo en su paso por la piel sedosa y trigueña de ella.

Marisol se movió por completo dando la vuelta y ofreciendo la espalda. La sonrisa de Mauricio se ensancho. Su mano izquierda nuevamente se poso en la cadera y fue, lenta y cautelosamente, bajando por la nalga cual pequeño explorador en tierras inhóspitas para que luego, en un futuro muy cercano reinara en el Monte de Venus. Sus labios húmedos se llenaron con la pasión naciente de la sutil negación de Marisol. En su pecho la respiración comenzó a agitarse y sus acciones eran cada vez menos tiernas, menos delicadas.

Con sus labios rozó la cintura de ella y como sin quererlo, como negando la posibilidad, su lengua muy despacio y con timidez se asomo y formo un largo trazo hacia la axila. La respiración de Mauricio se detuvo y su piel se erizó levantando sus vellos. Le excitaba pensar en el rostro oculto por el manto de sombras. Le encantaba la insinuante silueta de su cadera contra la pared. Para entonces el aroma de la vela se había impregnado en cada rincón de la habitación. Era canela. Un aroma que podía casi paladear ya en la piel de Marisol. Y entonces con firmeza pero aun con un poco de suavidad la volteo obligandola a colocar su espalda en la cama.

La tenue luz que había fue suficiente para hacerle saber que ella aun mantenía los ojos cerrados. Poco tiempo dedico a la contemplación de su rostro. Un par de pezones le llamaron como sirenas cantando en un mar de piel y carne trémula. Como si escuchase su llamado y con lentitud fue a besarlos. Un beso. Y parecía haber temblado. Otro beso. Le pareció ver por el rabillo del ojo una diminuta mueca en los labios de su amada. Un beso más. Se monto en ella y  los besos fueron demasiados para contarlos. Los movimientos involuntarios de Marisol parecían pasar desapercibidos por Mauricio en una continuación del juego.

Los besos se detuvieron. Las manos de Mauricio recorrieron el cuerpo de Marisol una y otra vez mientras la contemplaba en toda su extensión. Hacía especial énfasis en sus pechos y sus piernas. Finalmente se detuvo en las corvas y las levanto haciendo que las rodillas se irguieran y sus pies se acercaran. Se hizo hacia atrás y metió la cabeza como un dios que cae entre las piernas que como montes protegían un preciado valle. Y lo que encontró fue un pantano. Húmedo y fragante. Parecía el mejor lugar del mundo para vivir. Y Mauricio no satisfecho con vivir comenzó a explorar, buscar, penetrar con maestría y dulzura el denso follaje hasta encontrar un pequeño ojo de agua del que comenzó a beber afanoso el aguamiel que brotaba.

Marisol no quería abrir los ojos. Sería como despertar de un dulce y placentero sueño. Seria romper el encanto que flotaba entre la penumbra y la canela del aire. Intentaba vehementemente no moverse. Sentía la pesadez del sueño y el vigor de la pasión. En su mente una palabra inteligible se formaba, no lograba concertar ideas ni emociones. Su mente y cuerpo se había entregado a las sensaciones por completo. En ese momento nada más importaba, nada más existía.

Mauricio nunca se dio cuenta del momento en que las manos de Marisol se adueñaron de su cabello hasta que un pequeño tirón lejos de molestarlo lo excitó. Ambos jugueteaban con rizos. Ella tenia diez dedos en su cabeza y él su lengua ocupada haciendo bucles en la selva. El calor había subido. Como una droga bendita el aguamiel de Marisol había terminado por obligar a Mauricio a retirar su pantalón y liberar su miembro de la horrible opresión.

Ella sin una pizca de sutileza jalo de Mauricio hacia su pecho y sin palabras los pechos cual sirenas con laúdes cantaban e invitaban a perderse en la succión. Parecía magia. Parecía un ritual mil veces orquestado y por primera vez ejecutado. Las piernas de Marisol se enredaron el torso de Mauricio. Él las imagino como serpientes aprisionando. Su miembro caminaba y jugueteaba como sin saber donde debía dirigirse. Parecía olfatear un camino conocido y atrasar lo inevitable. Las serpientes empujaban cada vez con mayor fuerza hasta que obligaron al sabueso a entrar en la caverna.

Ahora ya sin reparo el juego había terminado. Las intenciones de ambos estaban en la cama y sus cuerpos ahora peleaban y soñaban ambos a un mismo ritmo, con la misma cadencia. Ya no había nada que descubrir solo un punto al cual llegar. No había juego o entretenimiento. Lo que quedaba era una especie de meditación, de trance. Un momento, poco más que un instante en el que el mundo, con sus generalidades, se desvanecía y dejaba lugar a los detalles.

Ella podía oler la tinta de las manos de Mauricio. Él tenia las reminiscencias de un olor dulzón y acido, el olor de Marisol. Ambos sentían el calor y la pasión debajo de la piel del otro. Era como un regalo que no se podía rechazar.

Diez uñas se clavaron en la espalda de Mauricio y le obligaron a detenerse en un espasmo que recorrió todo su cuerpo. Ella aprovecho para erguirse y estrechar el espacio que separaba sus cuerpos. Se sentaron, ella encima de él. No había necesidad de palabras los cuerpos se comunicaban de la manera más básica y natural, de la forma que solo recordamos en los momentos más puros, inocentes o lascivos.

Mauricio sintió las piernas que le rodeaban tensarse, los brazos que le apresaban fundirse los labios de una bella durmiente buscar por primera vez los suyos. El ritmo aumento. El beso como un monumento, permaneció infinito e inmutable en la presencia del placer mutuo. Las uñas de ella se enterraban sin siquiera desearlo cada vez un poco más. Él apretaba la espalda con una mano y con la otra jugaba con una parte mas baja. El vaivén aumento. Las lenguas peleaban. Las bocas penetraban, doblegaban, se sumían, se bañaban, acariciaban y dominaban. Y finalmente el mundo se detuvo. Como una fermata eterna. Como el instante previo al anochecer. Como la eternidad antes de salir del agua después de un clavado.

Pero la noche llego. La superficie del agua se rompió. El segundero se movió. Y todo con la misma celeridad que antes continuo impasible su camino. Dos cuerpos cayeron abrazados. El cansancio se volvió cómplice, el sopor ayudó y ambos con triquiñuelas los encauzaron sobre los ríos oníricos de Hipnos para finalmente llegar al lago dominado por Morfeo donde habrían de nadar por el resto del acto de Nix.