En la encarnación de mi ser, en la humanidad que no puedo evitar, los pensamientos fluyen en el cerebro como el agua por los ríos. Es inevitable la conexión entre la belleza y tu nombre, entre lo eterno y tu mirada. Son los pensamientos los que no controlo, los que escapan de mi guardia.
Las palabras que brotan saltarinas de mis dedos, aquellas que llegan a tus ojos. Son las palabras que que forman esos pensamientos. Son la maldición de mi existir y la panacea de mi alma. Sin decirlas brotarían de mi pecho rasgando mi cuerpo; y al decirlas sentencio mi destino, lo entrelazo a esas palabras y a la ambigua interpretación en tu mirada. Estoy sentenciado por el destino, el destino de mis palabras.
Y sin embargo, no estoy jugando con el Predestino, aquel inexorable que rige la vida en momentos inoportunos, aquel ser grotesco de alas delgadas y mirada aferrada, con pensamientos irreales y actuares mortales, que se rige a si mismo, y marca el paso del mundo: el odiado Predestino.
Intento furtivamente hablar mis pensamientos a escondidas del Predestino, juego con los hilos de mis pensamientos sin mezclar los hechos. Avanzo como reptil en el agua y forjo mis sentimientos sin ser guiado por el sendero.
Quiero darle forma y color, quiero crear una balsa de amor, que avance por impulso propio, que surja del agua sin ayuda y se gobierne por mi solo. Que no tome corrientes prestadas.
Por eso hago pensamientos ocultos, hilo palabras desnudas y forjo deseos robustos, por eso me escondo del monstruo, para terminar mi vida a mi modo.